Algún día verás a alguien que antes sonreía todo el rato
destrozado, y no se lo notarás en el rostro, lo oirás en el tono de su voz ¿Escuchas
eso? Como si con cada palabra se le
desgarrara el alma y no pudiese respirar. Y te dice “Dejé de sonreír porque no
me quedaban motivos para ello. Quizás me deje la piel en enseñar mi fachada de
todo alegría y cero preocupaciones, pero al parecer funcionó con todos menos
conmigo misma“ Es en ese momento cuando entiendes muchas cosas, y no es que
sean bonitas, es que son la verdad. Dura y pura realidad que derriba toda la
masa de pequeñas esperanzas creadas alrededor de tu mente y que aunque no quieras
acaba por devorar la sonrisa que había siempre
en tus labios y apagar la luz que iluminaba tus ojos. Eso te vuelve fría,
distante, desconfiada… y algún día llegará alguien y te dirá “Has cambiado”, y
efectivamente, cambiaste. Ahora eres más fuerte. En tu escondite de soledad y
tristeza piensas continuamente en lo mucho que echas de menos ser como antes y
mientras tanto te castigas mentalmente a ti misma por pensar así. Te clavas en
la mente y en el corazón las palabras “Nadie volverá a herirme si soy así. Aquí
estoy a salvo”. Y lo haces mentalmente porque si lo dices con palabras se te
quebrará la voz a media frase y juraste que nunca más volverías a llorar. Pero
nunca más es mucho tiempo, así que incumples tu propia norma y pasas noches enteras
en vela, llorando, pensando o haciendo las dos cosas… Solo la almohada lo sabe.
Esa almohada que ha soportado todo lo que le has echado, desde lágrimas,
pasando por gritos sofocados, a palabrotas e insultos a aquellos que antes te herían
y ahora ya no lo hacen, porque eres fría ¿Recuerdas?
domingo, 17 de enero de 2016
Capítulo 1
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