domingo, 17 de enero de 2016

Capítulo 1

Algún día verás a alguien que antes sonreía todo el rato destrozado, y no se lo notarás en el rostro, lo oirás en el tono de su voz ¿Escuchas eso? Como si con  cada palabra se le desgarrara el alma y no pudiese respirar. Y te dice “Dejé de sonreír porque no me quedaban motivos para ello. Quizás me deje la piel en enseñar mi fachada de todo alegría y cero preocupaciones, pero al parecer funcionó con todos menos conmigo misma“ Es en ese momento cuando entiendes muchas cosas, y no es que sean bonitas, es que son la verdad. Dura y pura realidad que derriba toda la masa de pequeñas esperanzas creadas alrededor de tu mente y que aunque no quieras  acaba por devorar la sonrisa que había siempre en tus labios y apagar la luz que iluminaba tus ojos. Eso te vuelve fría, distante, desconfiada… y algún día llegará alguien y te dirá “Has cambiado”, y efectivamente, cambiaste. Ahora eres más fuerte. En tu escondite de soledad y tristeza piensas continuamente en lo mucho que echas de menos ser como antes y mientras tanto te castigas mentalmente a ti misma por pensar así. Te clavas en la mente y en el corazón las palabras “Nadie volverá a herirme si soy así. Aquí estoy a salvo”. Y lo haces mentalmente porque si lo dices con palabras se te quebrará la voz a media frase y juraste que nunca más volverías a llorar. Pero nunca más es mucho tiempo, así que incumples tu propia norma y pasas noches enteras en vela, llorando, pensando o haciendo las dos cosas… Solo la almohada lo sabe. Esa almohada que ha soportado todo lo que le has echado, desde lágrimas, pasando por gritos sofocados, a palabrotas e insultos a aquellos que antes te herían y ahora ya no lo hacen, porque eres fría ¿Recuerdas?

La soledad destruye vidas, mientras que a otros les sienta bien. Se dice que una persona solitaria prefiere la compañía de un lugar a la de una persona, así que supongo que es por eso que todos los solitarios tenemos nuestro refugio alejado de la población, de aquellos que te destruyen, de aquellos a los que quizás quisiste pero acabaron por fallarte en el peor momento aunque juraron que nunca lo harían. Y así es, sus promesas se las lleva el viento como las lágrimas alivian tu pena, que aunque no lo hagan del todo (porque quien pudiera dejar de sentir pena algún día) al menos lo hacen parcialmente. Quizás lo suficiente como para dejarte dormir una noche, o para permitirte sonreír durante cinco segundos seguidos sin que te entren ganas de gritar de rabia e impotencia ante aquellos que están esperando tu mejor momento para volver a hacerlo, para volver a hundirte, para volver a aprovecharse de ti como la última vez “Pero eso no pasará esta vez, olvídate de guiarte por el corazón y haz caso a la cabeza. Ella siempre me dio buenos consejos” Y pensando esto te vas a la cama una vez más, a dormir o al menos a intentarlo. Te refugias en las mantas, que te dan los abrazos que te faltan de las personas que ahora te fallan, y cierras los ojos. Así poco a poco, te sumerges en tus ya acostumbradas pesadillas y le deseas al mundo buenas noches, porque aunque estés sola encerrada en ti misma el resto de personas no tiene la culpa de que unos pocos te destruyeran.