domingo, 10 de julio de 2016

Capítulo 6

Hace mucho tiempo vivió a la orilla de un lago, en el valle más oculto entre las montañas, un viejo y carcomido sauce llorón. Con sus esplendidos 200 años recién cumplidos era el árbol mas antiguo del lugar, había visto cosas que el resto de su familia ni siquiera habría podido imaginar y había resistido a sequías, incendios y tormentas que solo Dios sabe si salieron del mismísimo infierno o fueron una broma pesada de la Madre Naturaleza. Pero el sauce se estaba marchitando, y al ver que la última de sus hojas se tornaba marrón, la vida que había llevado pasó volando ante sus ojos sin darle tiempo a asimilar que era aquella luz tan cálida y bonita que le llamaba desde el final del túnel.

Se vio a si mismo cuando aun era un buen sauce, uno fuerte y bien erguido, aquella tarde de verano... cuando la vio por primera vez. El día anterior había llovido mucho, tanto que al pie de su fuerte y vivaracho tronco una superficie lisa y cristalina había decidido montar guardia. Sobre sus raíces había nacido una pequeña charca.
Cuando cayó la noche sobre su valle, ante sí se extendió un paisaje nuevo. La pequeña charca reflejaba en su superficie algo blanco y redondo, y a su lado miles de gotas de rocío brillaban iluminando las tranquilas aguas. Nuestro sauce se enamoró perdidamente de ese bellísimo rostro que hacía de sus veladas nocturnas algo mucho mas llevadero. Al día siguiente le pregunto a Viento, su mejor amigo, que era aquello que había visto y, pacientemente, Viento le explico qué era la Luna y sus amigas las estrellas. Así pues, nuestro viejo amigo aguardaba cada noche impaciente la llegada de Luna y sus amigas, cada vez inclinándose más hacia su reflejo y finalmente cuando logró tocar con una de sus ramas a su enamorada el reflejo se rompió dejando al pobre árbol desolado y tan triste que comenzó a llorar y no paró hasta el amanecer. Sus lágrimas se convirtieron el hojas y todo el mundo le empezó a llamar Sauce Llorón,

Finalmente, su última hoja cayó al suelo y con ella  todas las lágrimas, las noches de insomnio, las esperanzas y los sueños del viejo sauce. Al fin podía descansar en paz y nosotros aun podemos ver su viejo tronco, retorcido y fibroso pero bello al mismo tiempo, inclinado sobre la charca en aquél perdido valle encajado entre montañas. Y cada noche la Luna monta guardia desde la charca para ver si su enamorado, a miles de kilómetros de ella, sigue allí, impasible, velando por ella.